Hace falta muy poco para hacerme llorar, pero hace falta mucho menos para hacerme sonreír. Soy tremendamente emotiva. Para lo bueno. Para lo malo. Y lo más curioso es que no lo parece. Sigo siendo más frágil de lo que parece y mucho más fuerte de lo que soy consciente. Pero a estas alturas es difícil cambiarme. Sobre todo porque no quiero hacerlo. Aunque no sé si eso ahora mismo es bueno o es malo. Soy capaz de llorar mares enteros con una canción protesta, con la escena cumbre de la película más tonta del mundo, o al ver a mi gimnasta favorita besar el tapiz entre lágrimas en la que podría haber sido su última actuación en unos Juegos Olímpicos (aunque no lo fue). Soy capaz de sonreír porque en el orden aleatorio del Reproductor sale esa canción que me hace pensar que la vida siempre merece la pena, o mirar por la ventana y ver el sol que debería haber estado presente todo el mes de agosto y no ha sido así, o también al ver alguna sonrisa en las caras de aquellas personas que fueron importantes en su día, que todavía no he podido ni querido olvidar, a las que todavía se echa de menos.
1 comentario:
Guapisima,
... el reloj de El cielo sobre mi cabeza también se ha detenido, pero es solo un reloj de los muchos que tengo.
Cerezas de Tul sigue abierto y seguro que, conociéndome, enseguida puedo volver a organizarme nuevos proyectos por la red.
Yo sigo por aqui como ves,
Siempre,
Un beso gigante,
Pilar
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