Dicen que cuando tu mejor amiga coge novio, en el fondo la pierdes un poco. Ella ha sido siempre la que ha estado a mi lado. Muchas veces hubo más, pero ella siempre estuvo. Desde que llegó. Y nunca se fue. Nunca supimos ni quisimos alejarnos.
No es su primer novio, pero quizás el que sí ha marcado la diferencia. El que ha conseguido conquistarla de verdad. El que mejor la ha tratado y sin duda el que mejor la ha querido. No más, sino mejor, que es lo que verdaderamente importa.
Dicen que cuando tu mejor amiga coge novio, las cosas inevitablemente cambian. Sin duda así es. Pero nunca nadie dijo que los cambios tuvieran que ser siempre a peor. En este caso, el cambio ha sido brutal. Pero a mejor.
En ningún momento la he perdido. Ni lo haré. Ella es y será la que mejor me entiende, la que me conoce incluso cuando ni siquiera yo sé quien soy. Y es feliz. Y verla feliz me hace feliz.
Y no he perdido una amiga. Pero sí he ganado un amigo. Porque resulta que el novio de tu mejor amiga tiene que respetarte y llevarse bien contigo, o al menos llevarse. Con suerte, te caerá bien, y hasta puede llegar a apreciarte. Es lo máximo a lo que se aspira en los primeros meses si no conoces al novio de antes.
Y resulta que no sólo le respetas y te respeta. Y no sólo os lleváis bien. Y no sólo existe un ligero aprecio mutuo entre ambos. Y no sólo le quieres porque la hace feliz a ella.
Resulta que se preocupa por ti, que te quiere, que te aconseja, que te cuida, que te pide ayuda, que te la brinda sin que tú se la pidas, que te escucha y a veces hasta te entiende. Y que no quiere que se lo agradezcas especialmente, porque el realidad, le sale de dentro.
Y resulta que no pierdes una amiga. Y resulta que ganas un amigo.