Y resulta que en el nuevo café de siempre también existe la inspiración. Y ella debía de caer en gracia, porque en el bizcocho que acompañaba su café siempre había sorpresa: almendras, nueces... y en los demás, sólo bizcocho. Adoraba el café. Tanto como para tomarlo sola, aunque nunca sabía igual que con buena compañía. Ahora ya nunca le echaba azúcar. Y no le sabía amargo en absoluto. ¡Quien sabe! A lo mejor es que ahora su vida era mucho más dulce que nunca antes. El chico del informativo de la televisión local, pero no el consideraba su camarada, sino otro cualquiera, leía el periódico que ella esperaba, pero no le importaba. Sonaba una música curiosa. No era extravagante, pero desde luego no eran los éxitos radiofónicos del momento. Le gustaba su vida tal y como estaba, aunque por semana echaba de menos tenerle cerca. Y los viernes ... los viernes eran siempre un tanto agridulces.