Saber que lo estás haciendo bien, que al fin has acertado. Que muchas veces no tomar una decisión era la decisión más difícil, pero tomar la adecuada parecía vertiginosa. Y lo fue. Pero también un regalo. Quizás porque me ha costado diez años y casi diez meses decidirme a ser feliz, y darme cuenta de que podía hacerlo, y lo estaba consiguiendo. Porque aprender a quererme ha sido más difícil que dejarme querer, pero sin haber hecho lo segundo jamás podría haber intentado siquiera lo primero. Y es que es más fácil ser feliz con tu vida, cuando te enseñan a quererte de verdad. Y eso sólo pueden conseguirlo los que te quieren de verdad. Saber que se acerca el balance más intenso, pero también más positivo de los últimos años. Y sonreír sólo con imaginarlo.