2007 se termina. El año de los agobios, de la incapacidad, de la impotencia, de los llantos, de las no fuerzas, del dolor, de la incomprensiónm de los reproches, de las distancias, de los apoyos, de los encuentros, del amor sin querer, de las sonrisas buscadas, de las risas espontáneas, de las desapetencias, de la desmotivación, de la superación día tras día.
Y se acaba sin avisar, sin decir adios, sin pedir permiso, igual que cuando llegó. Y recuerdo el principio de año como un presagio de lo que iba a pasar. Porque esa noche fue como el año que le siguió: un mar de desesperación en el que sólo encontré dos salvavidas, y el último de ellos, sorprendentemente fuiste tú.
No aspiraba a nada más, no pude pedirte nada, nunca lo hice. Y tú me lo diste todo sin saber cómo. Quizás no todo lo que yo ansiaba, pero sí todo lo que eras capaz, y eso es mucho más de lo que yo podría esperar o merecer.
Y no puedo pedir más, y no puedo decir más. Ya sabes de sobra todo lo que callo. Ya intuyes en tu corazón todo lo que el mío siente, aunque no te lo acabes de creer. Sólo sé que ya eres parte de mí, que recurro a ti cuando me siento debil y desprotegida y, de alguna forma, eres capaz de arroparme incluso sin estar a mi lado. Y te siento cerca, y a veces se nos olvida lo que nos separa porque es mucho más fuerte lo que nos une. Y lo seguirá siendo.
Y hoy por hoy siento que no puedo dejar de agradecerte que seas ese referente, ese apoyo, ese mar de dudas, esa pregunta constante, esa sonrisa escondida, esa fuerza oculta, ese amor imposible que a ratos me parece posible.
Y he pensado que siendo Navidad [y en Navidad hay que decir la Verdad] mañana quiero despedir el año contigo, aunque sea antes de tiempo con un abrazo y un te quiero que sepa simplemente a lo que tú quieras que sepa.